Luiz Inácio Lula Da Silva asumió este primero de enero por segunda vez la presidencia de Brasil. Jair Bolsonaro, que debía hacer el traspaso de mando partió unos días antes a Estados Unidos y no estuvo en la ceremonia oficial. Al momento, no reconoce la victoria en las urnas de la alianza conformada por Lula, y aunque dio algunas señales días después de la elección en noviembre, sostuvo desde el inicio de su mandato una campaña sistemática de noticias falsas y descreimiento de las instituciones que caló muy hondo en la sociedad brasilera. El domingo 8 de enero cientos de personas asaltaron el palacio de Planalto en Brasilia, entre otros edificios oficiales, provocando destrucción de las instalaciones y reclamando una intervención militar del gobierno. En Radio Camacuá conversamos con Paulo Niccoli Ramírez, politólogo y doctor en sociología, desde la ciudad de San Pablo, Brasil. 

«Para comprender la tentativa de golpe en Brasil del último domingo es necesario recordar que cuando Bolsonaro fue candidato a presidente él ya tenía un discurso golpista: hablaba contra los derechos humanos, la necesidad de cerrar la Suprema Corte y el Poder Legislativo. Durante los cuatro años que fue presidente también hizo amenazas a la Suprema Corte de Justicia, a la izquierda principalmente, a los movimientos sociales, indígenas, movimiento negro. Había en el discurso [el incentivo] a la toma de armas de la población de derecha conservadora y religiosa. Fueron cuatro años de estimulación a una parte de la población a hacer actos violentos», explicó Niccoli.

Consultado sobre la conducción política de los movimientos que asaltaron Brasilia con Bolsonaro fuera del país, Niccoli dijo que se trata de «una minoría radical» que fue apresada «por tentativa de golpe de estado y muchos van a tener las cuentas bancarias confiscadas para pagar las reparaciones en los edificios históricos y las obras de arte que fueron destruidas». Si bien existe una investigación en curso sobre las personas directa e indirectamente vinculadas a los atentados, comienzan a conocerse indicios de vínculos empresariales locales e internacionales de estos grupos: «fueron cien buses que fueron coordinados para Brasilia, con personas a las que se les pagó, otras tantas estaban acampando frente a los cuarteles militares para pedir un golpe militar desde noviembre (…), hay también empresarios que financiaron la compra de comida, de transporte y mascarillas para resistir a bombas lacrimógenas. Todavía hay especulaciones de que esta fue una orquestación a nivel internacional», dijo el especialista.

Un capítulo aparte merece la prensa brasileña, los mismos medios que colaboraron con el «antipetismo» y el impeachment de Dilma Rousseff, y hasta el ascenso de Bolsonaro, poco a poco fueron soltándole la mano a este y volcándose a la campaña «en defensa de la democracia» de Lula, con alianzas políticas muy amplias no sin contradicciones. Luego de la segunda vuelta en noviembre, la prensa volvió a empezar el desgaste, acompañando al presión «de los mercados» para el nombramiento de ministerios claves como Economía (Hacienda). Sin embargo, Lula hizo pesar la contundencia electoral de las bases populares y no hizo lugar a las presiones de centro, pese a las columnas de opinión que pedían cargos técnicos. 

«Tengo la impresión de que la prensa brasileña ha aprendido a no mezclar una tentación de diluir y acabar con un gobierno con las críticas que pueden hacer por parte de la economía o actuaciones políticas de lula. Cuando el impeachment a Dilma en 2016 la extrema derecha y la prensa estaban juntas. Con la prisión de Lula pasó lo mismo en 2019. Pero el gran aprendizaje fue con la llegada de Bolsonaro al poder, que pasó a atacar la prensa, la libertad de prensa. Durante la pandemia se dio el apogeo de la separación de la prensa y la extrema derecha», recordó Niccoli y agregó que durante las elecciones la prensa miraba a «Bolsonaro con malos ojos porque él tenía una posición fascista, de derecha y de rompimiento con las instituciones democráticas en Brasil».  Sin embargo, «por más de izquierda que sea Lula, mantenía la valorización de las instituciones democráticas, del proceso electoral y eso hizo que Lula no fuera un candidato de la izquierda el año pasado, pero sí de la democracia, por esto mismo ha conquistado el apoyo de la centro derecha en Brasil (…) con esto la prensa tradicional quedó muy cerca de Lula, contra Bolsonaro. Cuando la tentativa de golpe la prensa se mantuvo cerca de Lula, protegiendo la democracia, y Lula se fortaleció».